Lucas, sus traumatoterapias
|
Tamaño de fuente
|
|
|
|
|
|
A
Lucas una vez lo operaron de
apendicitis, y como el cirujano era un roñoso se le infectó
la herida y la cosa iba muy mal porque aparte de la supuración
en radiante tecnicolor Lucas se sentía más aplastado
que pasa de higo. En ese momento entran Dora y Celestino y le dicen
nos vamos ahora mismo a Londres, venite a pasar una semana, no puedo,
gime Lucas, resulta que, bah, yo te cambio las compresas, dice Dora,
en el camino compramos agua oxigenada y curitas, total que se toman
el tren y el ferry y Lucas se siente morir porque aunque la herida
no le duele en absoluto, dado que apenas tiene tres centímetros
de ancho, lo mismo él se imagina lo que está pasando
debajo del pantalón y el calzoncillo, cuando al fin llegan
al hotel y se mira, resulta que no hay ni más ni menos supuración
que en la clínica, y entonces Celestino dice ya ves, y en cambio
aquí vas a tener la pintura de Turner, Laurence Olivier y los
steak and kidney pies que son la alegría de mi vida.
Al otro día después
de haber caminado kilómetros Lucas está perfectamente
curado, Dora le pone todavía dos o tres curitas por puro placer
de tirarle de los pelos, y desde ese día Lucas considera que
ha descubierto la traumatoterapia que como se ve consiste en hacer
exactamente lo contrario de lo que mandan Esculapio, Hipócrates
y el doctor Fleming.
En numerosas ocasiones Lucas
que tiene buen corazón ha puesto en práctica su método
con sorprendentes resultados en la familia y amistades. Por ejemplo,
cuando su tía Angustias contrajo un resfrío de tamaño
natural y se pasaba días y noches estornudando desde una nariz
cada vez más parecida a la de un ornitorrinco, Lucas se disfrazó
de Frankenstein y la esperó detrás de una puerta con
una sonrisa cadavérica. Después de proferir un horripilante
alarido la tía Angustias cayó desmayada sobre los almohadones
que Lucas había preparado precavidamente, y cuando los parientes
la sacaron del soponcio la tía estaba demasiado ocupada en
contar lo sucedido como para acordarse de estornudar, aparte de que
durante varias horas ella y el resto de la familia sólo pensaron
en correr detrás de Lucas armados de palos y cadenas de bicicleta.
Cuando el doctor Feta hizo la paz y todos se juntaron a comentar los
acontecimientos y beberse una cerveza, Lucas hizo notar distraídamente
que la tía estaba perfectamente curada del resfrío,
a lo cual, y con la falta de lógica habitual en esos casos
la tía le contestó que ésa no era una razón
para que su sobrino se comportara como un hijo de puta.
Cosas así desaniman a
Lucas, pero de cuando en cuando se aplica a sí mismo o ensaya
en los demás su infalible sistema, y así cuando don
Crespo anuncia que está con hígado, diagnóstico
siempre acompañado de una mano sosteniéndose las entrañas
y los ojos como la Santa Teresa del Bernini, Lucas se las arregla
para que su madre se mande el guiso de repollo con salchichas y grasa
de chancho que don Crespo ama casi más que las quinielas, y
a la altura del tercer plato ya se ve que el enfermo vuelve a interesarse
por la vida y sus alegres juegos, tras de lo cual Lucas lo invita
a festejar con grapa catamarqueña que asienta la grasa. Cuando
la familia se aviva de estas cosas hay conato de linchamiento, pero
en el fondo empiezan a respetar la traumatoterapia, que ellos llaman
toterapia o traumatota, les da igual.
De Un tal Lucas Cortázar, Julio; Cuentos
completos 2, Buenos Aires, Alfaguara, 1996
|